En 2004 se declaró el 23 de mayo como “Día de la ciencia y la tecnología” en coincidencia con el natalicio de Clemente Estable. Desde entonces, la celebración busca destacar el valor de la actividad científica, frecuentemente desconocida fuera de los círculos que la practican y olvidada a la hora de asignar recursos en los países periféricos (y no sólo). Al reconocer el peso de esos debates en las sociedades contemporáneas, queremos desde el AGU hablar del homenajeado y enfatizar la importancia de indagar en la historia de quienes se han dedicado al desarrollo de las ciencias y las tecnologías en nuestro país.
Con seguridad se alcen hoy muchas voces en recuerdo del papel de Clemente Estable en la creación de instituciones científicas, prominente entre ellas el Instituto de Investigaciones Biológicas que lleva su nombre. Quizás alguien recuerde sus vínculos con la Fundación Rockefeller que permitieron, hacia mediados del siglo pasado, que este centro de orígenes modestos se transformara en un espacio de referencia en la región. Junto con sus primeras incursiones científicas desde la Inspección Técnica de Primaria, posiblemente se evoquen también sus originales ideas en el campo de la pedagogía y la filosofía. Y no debería olvidarse que fue, antes que nada, un maestro vocacional y un investigador apasionado con importantes logros en el estudio del cerebro humano que lo llevaron nada menos que al laboratorio de Santiago Ramón y Cajal en España.
También desde la Universidad de la República podemos evocar su trabajo en el Instituto de Neurología de la Facultad de Medicina y en la cátedra de biología de la novel Facultad de Humanidades y Ciencias, entre otros logros que lo hicieron merecedor del Doctorado Honoris Causa en 1959. En esa oportunidad, el entonces rector Mario Cassinoni destacó su vasta trayectoria, lamentando que “absurdas” disposiciones reglamentarias (no tener un título universitario) impidieron que Estable llegara a ocupar el cargo de catedrático. Aún así, como docente universitario, integró la Asamblea General del Claustro en varias ocasiones.
Fue además fundador de la Asociación Uruguaya para el Progreso de la Ciencia y tuvo una voz relevante y polémica en varias discusiones sobre cómo construir un sistema integrado de ciencia y tecnología. En 1962 el Poder Ejecutivo lo designó como integrante del recientemente creado Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas en cuyo seno libró una persistente batalla a favor del cultivo de la ciencia básica en el país. Ese organismo fue objeto y escenario de enconadas disputas con los representantes de la Universidad de la República, tal como ha estudiado la historiadora María Eugenia Jung.
Esos breves apuntes sugieren que se trata de una trayectoria que merece mucho más estudio del que ha tenido hasta el momento. Al celebrarla, queremos volver sobre la necesidad de investigar sistemáticamente la historia de las ciencias y las tecnologías en Uruguay para entender mejor sus logros, sus limitaciones y las condiciones específicas de su producción y circulación social. Esta tarea permite ubicar un nombre como el de Estable y sus realizaciones en una trama colectiva y pensar a la actividad científica menos como una hazaña personal que como una actividad social con sus propias lógicas e intereses.
El año pasado, un libro coordinado por los historiadores Rafael Mandressi y Vania Markarian como resultado de un coloquio internacional celebrado en 2021, planteaba el potencial de un “observatorio uruguayo” para pensar las relaciones entre los ámbitos del saber y los poderes decisionales en diferentes escalas: locales, nacionales, regionales, transnacionales, globales… Apuntaba también que “sin ser virgen, el terreno del entrecruzamiento de la historia de las ciencias con la historia social, la historia política y la historia intelectual aparece, en Uruguay, escasamente habitado por obras y esfuerzos recientes.”
Ese libro, junto a un dossier a cargo de los mismos autores en la revista Claves de 2022, muestra el esfuerzo del AGU por abonar esos campos de estudio mediante diversas iniciativas como seminarios, cursos, encuentros académicos, artículos, libros y grupos de investigación. Pero seguramente nuestro aporte principal haya sido la generación de un acervo documental que permita la construcción historiográfica en base a fuentes (en contraste con las reflexiones de tono ensayístico y algunas aproximaciones de corte filosófico). Esa documentación, desde las series institucionales de la Universidad de la República, la mayor institución del conocimiento en nuestro país, hasta las decenas de archivos privados de universitarios que fueron investigadores y docentes de las más diversas disciplinas y áreas del saber, están ahora a disposición de quienes quieran avanzar en esa dirección. Allí se encuentran los documentos del matemático José Luis Massera, el médico Roberto Caldeyro Barcia, la economista Celia Barbato y la historiadora Blanca París, por nombrar sólo algunos de los archivos que hemos recibido y puesto en servicio en estas dos décadas de actividad.
Desde esa preocupación por la base documental de todo esfuerzo historiográfico sobre la ciencia y la tecnología en nuestro país, queremos hoy recordar que también Clemente Estable produjo y colectó a lo largo de su vida miles de documentos relativos a las diversas facetas de su peripecia vital. En esa colección están sus cartas y sus escritos, los registros de sus ideas sobre cómo educar a sus hijos, sobre cómo favorecer el estudio de las ciencias y otros muchos intereses sociales y culturales que lo llevaron a la reflexión y el comentario. Se encuentran también fotografías y abundantes rastros de la vida de su esposa, la maestra Isabel Puig, junto a su biblioteca, sus instrumentos y tantos otros testimonios de un recorrido inmerso en la historia de su tiempo. Algunos de esos documentos fueron trasladados al Archivo General de la Nación y otros están en la que fuera su casa hasta el final de sus días, en ambos casos esperando las medidas que garanticen su preservación y permitan el acceso seguro de todos los interesados.
Al celebrar el “Día de la ciencia y la tecnología”, no podemos dejar de reclamar, otra vez, una política estatal sistemática que tenga en cuenta de modo central el destino de los archivos privados de interés público para la historia de las ciencias y las tecnologías en Uruguay. Como el que hoy yace en la casona de la familia Estable a la vera del Prado.
Bibliografía:
María Eugenia Jung, “La UDELAR y la creación del CONICYT: debates y conflictos (1961-1964)”, Encuentros Uruguayos, vol. VI, N° 1, 2013, 32-49.
Rafael Mandressi y Vania Markarian, Políticas de la ciencia: Historia, actores, espacios e instituciones de la Edad Moderna al mundo contemporáneo, Montevideo: Universidad de la República, 2022.
Rafael Mandressi y Vania Markarian (eds.). “Ciencias, tecnología y política en el espacio atlántico, siglos XIX y XX”, dossier en Claves, Revista de Historia, 8:15 (2022).