Ante un nuevo aniversario del nacimiento de Clemente Estable se alzarán hoy muchas voces en recuerdo de su compromiso con el desarrollo de la actividad científica en Uruguay y su papel en la creación de instituciones científicas, prominente entre ellas el Instituto de Investigaciones Biológicas que lleva su nombre. Habrá menciones a sus vínculos con la Fundación Rockefeller que permitieron, hacia mediados del siglo XX, que este centro de orígenes modestos se transformara en un espacio de referencia en la región. Junto con sus primeras incursiones científicas desde la Inspección Técnica de Primaria, seguramente se recordarán también sus muchas y originales ideas en el campo de la pedagogía y la filosofía. No se olvidará que fue, antes que nada, un maestro vocacional y un investigador apasionado con importantes logros en el campo del estudio del cerebro humano que lo llevaron a comienzos de la década de 1920 nada menos que al laboratorio de Santiago Ramón y Cajal en España.
También desde la Universidad de la República se puede destacar su trabajo en el Instituto de Neurología de la Facultad de Medicina y en la cátedra de biología de la novel Facultad de Humanidades y Ciencias, entre otros logros que lo hicieron merecedor del Doctorado Honoris Causa en 1959. En esa oportunidad, el entonces rector Mario Cassinoni destacó su vasta obra y su destacado papel en el desarrollo de la investigación científica, lamentando que “absurdas” disposiciones reglamentarias (no tener un título universitario) impidieron que Estable llegara a ocupar el cargo de catedrático. Aún así, como docente universitario, integró la Asamblea General del Claustro en varias ocasiones.
Fue además fundador y miembro activo de la Asociación Uruguaya para el Progreso de la Ciencia (1948-1958). Y no se debería olvidar que fue una voz relevante y polémica en varias discusiones importantes de esos años sobre cómo construir un sistema integrado de ciencia y tecnología y el lugar que correspondía al poder político, a las comunidades científicas, a la que era entonces única universidad del país y a las otras instituciones del conocimiento en ese proceso. En 1962 el Ejecutivo lo designó como integrante del recientemente creado Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas en cuyo seno libró una persistente batalla a favor del cultivo de la ciencia básica en el país.
Junto con celebrar una trayectoria que todavía merece mucho más estudio, hoy queremos desde el AGU aprovechar para recordar que Clemente Estable produjo y colectó a lo largo de su vida un enorme acervo documental sobre toda su peripecia vital y muy diversos aspectos de su historia y la de su familia. Allí están sus cartas y sus escritos, los registros de sus ideas sobre cómo educar a sus hijos, sobre cómo favorecer el estudio de las ciencias y otros muchos intereses sociales y culturales que lo llevaron a la reflexión y el comentario. Se encuentran también fotografías y abundantes rastros de la vida de su esposa, la maestra Isabel Puig, junto a su biblioteca, sus instrumentos y tantos otros testimonios de un recorrido singular y de gran relevancia para la historia intelectual de nuestro país. En su mayor parte, esos documentos están en la que fuera su casa hasta el final de sus días, casi sin medidas específicas para garantizar su preservación y menos para permitir el acceso seguro de todos los interesados en este valioso patrimonio. Al conmemorar a Clemente Estable, no podemos dejar de reclamar, otra vez, una política estatal sistemática que tenga en cuenta de modo central el destino de los archivos privados de interés público, como el que hoy yace en esa casona a la vera del Prado.